En los últimos años ha crecido en muchos hogares una tradición llegada desde Estados Unidos: el famoso elf on the shelf, un pequeño elfo que “vive” en las casas durante el mes de diciembre y que, cada noche, hace alguna travesura.
Podríamos decir que es una moda divertida y que hasta puede tener un punto creativo. Pero en medio de tanta travesura, quizá merezca la pena detenernos y preguntarnos: ¿en qué lugar queda Jesús?, ¿Qué estamos celebrando realmente en este tiempo? ¿Qué esperan nuestros hijos de nosotros en Adviento?
Adviento es un tiempo precioso, es la espera confiada en un Dios que viene a nosotros, es preparar el corazón que se abre al milagro más grande de la historia, Dios hecho niño.
A veces, sin darnos cuenta, las modas pueden ocupar tanto espacio que terminan robando protagonismo a lo esencial. Esto no significa que las modas sean malas por sí mismas, pero sí que pueden distraernos de lo importante.
Aquí entra en juego algo muy propio de nuestro tiempo, como es el relativismo, la tendencia a diluirlo todo, a mezclar tradiciones y sentidos, hasta el punto que cuesta distinguir lo esencial de lo accesorio. Y no porque haya mala intención, sino porque vivimos rodeados de propuestas que la sociedad nos presenta como equivalentes: todas bonitas y divertidas, todas “válidas”. Pero los católicos sabemos que no son todas iguales. Sabemos que somos custodios del mayor tesoro y que, además, ese tesoro no pasa de moda.
En una sociedad que cambia rápido y donde lo efímero se convierte en norma, es fácil dejarse llevar por lo que “hace todo el mundo”. Pero nosotros estamos llamados a algo más grande: a no perder el criterio, a no diluir lo que creemos por miedo a parecer “anticuados” o a no estar de moda, a no renunciar a ofrecer a nuestros hijos algo más profundo, más verdadero, más bello.
Luchar contra corriente no significa renunciar a la alegría y a lo divertido, significa poner a Jesús en el centro de nuestras vidas, en todo y para todo. Nuestros hijos no necesitan un tiempo lleno de estímulos, sino un tiempo lleno de sentido.
No necesitan más travesuras del elfo para ilusionarse; necesitan descubrir que Dios, hecho niño, viene a nuestra casa. Quizá este año podamos preguntarnos: ¿qué recuerdan más mis hijos del Adviento?; ¿qué mensajes están recibiendo sobre lo que importa de verdad?; ¿qué memoria quiero que quede en sus corazones cuando crezcan?
No se trata de prohibir ni de juzgar, se trata de que nos preguntemos si esta moda puede, sin quererlo, restar profundidad al misterio que celebramos.
Adviento no es un espectáculo de diciembre, adviento es la historia de un Dios que llega, la historia que da sentido a todas las demás.
Recordemos en este tiempo que el protagonista de nuestra Navidad tiene nombre y rostro, y se llama Jesús.
