Reflexión sobre “La obsesión por la imagen personal”, el riesgo de la superficialidad

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Sobre el hecho de que las redes sociales tienen muchas cosas buenas y muchas cosas malas para los adolescentes y jóvenes, hay mucho escrito al respecto. Pero casi siempre se aborda desde lo muy obvio, por simplificar, diríamos, que quizá tienen la virtud de contactar con quien se quiera en cualquier momento y poder exhibir lo que queramos a quien queramos, hasta la maldad de los peores horrores que una persona puede sufrir víctima de las redes sociales. 

En este post querríamos poner el foco en algo no tan obvio ni tan complejo, pero no por ello menos peligroso y evidente, ya que como su título indica pretendemos alertar sobre el riesgo de caer en la superficialidad que puede suponer el estar continuamente exhibiendo la imagen personal, en cientos de escenarios, a veces preparados al efecto. Este riesgo puede condicionar la manera de ser o de comportarse de nuestros hijos, como iremos tratando de descubrir.

Verdaderamente la reflexión puede no sólo ser válida para los adolescentes y jóvenes y ser de perfecta aplicación a los adultos, motivo por el cual este post, cobra también especial sentido, en tanto cuanto, somos ejemplo que imitar por nuestros hijos.

Lo primero que cabe indicar y reconocer, es el hecho en sí. Es cada vez más frecuente entre los jóvenes (especialmente las chicas) hacerse continuamente fotos en diferentes posiciones, posturas, compañías, lugares, escenarios, restaurantes, fiestas, etc. Insistimos en este post en orientarlo hacia temas no graves, ni tan serios (pornografía, acoso, etc.) simplemente nos referimos lo sencillo, a esa sucesión de imágenes cotidianas que de forma instintiva nuestros hijos están todo el día subiendo a las redes.

¿Qué hay detrás de estos hábitos? A parte de una moda, de una manera de comunicarse, de algo innegablemente divertido, fácil de manejar y de rédito inmediato (aunque sólo sea a base de emojis), también hay una orientación hacia la búsqueda de un reconocimiento en lo personal, consecuencia de cuán original, divertida, exclusiva, sea la imagen subida; y por ende una especie como de vivir “por y para” ese reconocimiento, y por tanto convertirlo en una manera de ser.

Hasta aquí hay un primer planteamiento sencillo y hasta atractivo; el lector podría pensar: <<me piden que me centre en lo superficial y no elucubre con cosas graves, me relatan algo cotidiano y divertido (que incluso nosotros los adultos practicamos continuamente también) y me siento reflejado en lo que indica quien escribe, ¿pues qué de malo hay en buscar un poco de reconocimiento o simplemente en enseñar cosas nuestras interesantes y dentro de lo razonable? ¡¡Si además, esto ha existido siempre incluso cuando no había redes sociales!!….>>  ¡¡¡Pues sí, querido lector, la cuestión tiene su miga!!!

Como decíamos, lo primero era reconocer la situación cotidiana de la existencia de una continua exhibición de la imagen personal por parte de nuestros adolescentes, pero, ¿dónde, entonces, está esa miga que referimos? Pues muy sencillo, y muy directo, en la combinación de esas tres palabras: exhibición, imagen personal y adolescentes.

Quienes ya tenemos una edad, y practicamos (todos lo hacemos en mayor o menor medida) esa publicación en redes de imágenes  nuestras, tenemos a nuestro favor que ya tenemos una edad, que estamos formados, que aunque sólo por leer escritos como éste, somos capaces de pararnos a pensar en cuánto de importante es para nosotros esa exhibición, y muy probablemente seamos capaces de ponderarla, de al menos reconocer que no es tan importante en nuestras vidas, que hemos vivido muchos años sin ello, y  que hemos sido probablemente igual (si no más) felices. Pero además tenemos suficiente formación, preparación y a veces obligación por las circunstancias, de centrarnos en lo importante de la vida, de no poner el foco en lo banal y de saber que las personas valen por lo que son, por ser hijos de Dios, y por su ser, y no tanto por su tener o su comportarse.

Si trasladamos la reflexión del párrafo anterior a nuestros adolescentes, que no tienen esa madurez que nosotros sí tenemos, que no han conocido una vida sin redes y que no pueden plantearse una vida sin ellas, a los efectos de saberse relacionar entre sí, ya tenemos una perfecta idea de esa miga, a la que venimos refiriendo.

El riesgo de nuestros hijos de estar siempre “guapos en la foto”, parece relativamente fácil de digerir, pero si nos paramos un poco a pensar, podemos ver la consecuencia de que ellos hagan de esto algo super importante en su vida:

  • Que caigan en la trampa de no atreverse a exhibir sino de una determinada manera.
  • Que caigan en la trampa de creerse que las otras personas, con quienes el día de mañana puedan compartir otro tipo de relaciones, son como exhiben.
  • Que vivan esclavos de su imagen corporal, maquillaje, gimnasio, vestimentas, que les haga sentir que sólo así pueden alguien.
  • Que juzguen a los demás por las apariencias, que en definitiva, para ellos “parecer esté por encima de ser”.
  • Que no pongan el foco en los verdaderos valores de la amistad, más adelante del noviazgo, o del matrimonio. Que idealicen estas situaciones porque lo que exhiben y lo que ven sea superficial.
  • Que no sean capaces de reconocer fragilidad ante sus semejantes cuando lo necesiten, y lo que es peor que no sean capaces de detectar esa fragilidad en sus amigos, porque de ello no se habla.
  • Que no sean capaces de amar al prójimo, si no ese prójimo no es como nosotros queremos que sea, y les juzguemos por sus caídas y errores.
  • Que… tantas cosas, cuya base es la superficialidad…

Quizá y por ir terminando, deberíamos pensar, que a lo mejor algo de todo esto, hay en nosotros, adultos, que sin darnos cuenta caemos en la superficialidad y le damos su valor, y de ese modo la transmitimos a nuestros jóvenes. La mejor manera de combatir esa superficialidad (muy necesaria en muchos momentos del día, todo hay que decirlo) es tener otros momentos del día donde cultivemos lo profundo, eso que quizá nos da pereza y cuyo rédito a lo mejor, es menos inmediato, pero no por ello menos importante.

Dediquemos un minuto interior a pensar en estas reflexiones, pensemos que como plan de mejora, además de plantearnos compartir en ese chat que todos tenemos con los nuestros  (y que somos todos tan originales de llamarle “Family” o “Familia”) menos tonterías y cosas más profundas, a lo mejor podíamos dedicar más tiempo en familia a hablar sobre este tema, o a visitar algún anciano  en una residencia o algún enfermo, cuya imagen exterior ya no sea la que hubo en su día, pero cuya vida interior arroje cientos de conversaciones interesantes. Contribuiremos así, no sólo a enseñar a nuestros adolescentes, sino también a ser menos superficiales, nosotros.