Nadie da lo que no tiene: acompañar el corazón de nuestros hijos

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Uno de los mayores desafíos que enfrentamos los padres es la educación de nuestros hijos, un aspecto del que somos responsables, aunque no estamos solos en esto, sin lugar a dudas, es parte de nuestra misión.

“Una familia que no educa es una familia sin alma”.

No basta con querer hacerlo bien; como padres, nuestro objetivo debe ser hacerlo de manera excelente.

Para alcanzar esta meta, es fundamental que los padres continuemos nuestra formación y nos configuremos constantemente, para poder acompañar y educar mejor.

A continuación, destacamos algunos aspectos clave en este proceso:

  1. Aprender a amar para enseñar a amar

El hombre ha sido creado por amor y para amar. Como decía San Juan Pablo II: “El amor no es cosa que se aprenda, y sin embargo no hay nada que sea más necesario enseñar”.

El amor es un acto, es querer el bien para el amado. Implica aceptar al otro tal como. No obstante, existen dos peligros a evitar: la insensibilidad y la superficialidad. Cuando amamos en plenitud nos transformamos, y esa transformación debe empezar en la familia. A amar se aprende en la familia. Según amemos los padres, así amarán nuestros hijos.

 

  1. Educar en virtudes

La educación en virtudes como la caridad, la humildad, la gratitud, el orden, la solidaridad, la generosidad y la laboriosidad (trabajo bien hecho), entre otras, es esencial. Las virtudes son la perfección de nuestra acción, la capacidad de hacer el bien que conviene.

Es importante diferenciar entre valores y virtudes. Los valores son formas de percibir el bien, mientras que las virtudes construyen una acción.

La personalidad se construye, y como padres, debemos crear un hogar que sea escuela de experiencia del bien. Dado que los niños aprenden por imitación, así el niño será virtuoso. Esto es clave para la felicidad.

 

  1. Potenciar los dones, combatir las carencias.

Es nuestra tarea como padres reconocer y potenciar los talentos o dones de nuestros hijos, al mismo tiempo que abordamos sus carencias. Si un niño tiene buena capacidad auditiva, por ejemplo, debemos alentarlo a participar en actividades musicales. Si no es su fortaleza, podemos sugerir otras opciones que fomenten su crecimiento. El conocimiento profundo de nuestros hijos y la orientación sana en sus decisiones son fundamentales para su desarrollo integral.

 

  1. Heridas afectivas.

A lo largo de su vida, nuestros hijos probablemente experimentarán heridas afectivas. Esto es completamente normal. En la infancia, estas heridas pueden surgir de experiencias de rechazo, injusticia, abandono, etc.

La clave para sanar estas heridas es el perdón. El sufrimiento es una parte inevitable de la vida, pero es necesario enseñarles a reaccionar ante él de manera saludable. El ejemplo que nosotros como padres brindemos será crucial para que nuestros hijos aprendan a gestionarlo.

 

  1. Autoridad y docilidad. Confianza.

La docilidad necesaria en un niño solo se puede generar desde la confianza mutua. Cuando un niño confía en sus padres, otorga la autoridad a estos. Este vínculo de confianza no solo establece una base sólida para la disciplina, sino que también permite que el niño se sienta apoyado y comprendido en su proceso de crecimiento.

Es esencial fomentar un entorno en el cual los hijos se sientan libres de expresar lo que sienten. Promover y mantener esta relación de confianza es especialmente crucial durante la transición de la infancia a la adolescencia, una etapa marcada por la búsqueda de independencia y una reconfiguración de la identidad.

 

  1. Educar en libertad/responsabilidad.

 

Una de las tareas fundamentales en la educación es enseñar a los hijos a ejercer la libertad de manera responsable. Esto implica no solo comprender sus deseos y elecciones, sino también reconocer las consecuencias de sus decisiones. Un enfoque útil para guiar esta educación es fomentar en ellos el gusto por lo que es bueno y verdadero, promoviendo valores como la Belleza, el Bien, la Verdad y el Amor (BBVA). Estas categorías no solo sirven como principios orientadores, sino que también son claves para la construcción de una vida plena.

  1. Fomentar la estima de sí mismos y de los demás.

Es esencial enseñar a los hijos a reconocer su propia dignidad y el respeto a los demás. La autoestima es un pilar fundamental para un desarrollo emocional y social saludable. Los padres deben ser los primeros en brindar un modelo de respeto propio y ajeno, de modo que los hijos puedan interiorizar estos valores.

En la adolescencia, este proceso toma una dimensión aún más compleja, ya que los jóvenes deben ser capacitados para comprender el verdadero significado de la entrega y el compromiso. En este contexto, la educación afectivo-sexual juega un papel fundamental, ya que prepara a los adolescentes para asumir responsabilidades en sus relaciones personales y en la construcción de su identidad.

 

  1. Cultivar la fraternidad.

Los hermanos enseñan, a través del compartir, el valor de la generosidad y la cooperación. “Hay más alegría en dar que en recibir” es una verdad que los niños deben experimentar, y la convivencia fraterna es el mejor escenario para ello.

Aunque en las relaciones entre hermanos siempre existen diferencias y conflictos, estos deben ser gestionados adecuadamente por los padres, quienes tienen la responsabilidad de mediar y fomentar la calma. En este contexto, es fundamental educar en la generosidad, que nos enseña a pensar en el bienestar del otro; la justicia, que nos invita a dar a cada quien lo que le corresponde; y el perdón, que nos permite sanar heridas y mantener la armonía en las relaciones.

 

Programas y propuestas para profundizar en ello:

-Curso de Pastoral Familiar (Asociación Persona y Familia). Es una formación integral de personas, matrimonios y familiar en la verdad del amor. Algunos temas de los que se imparten son el desafío de la cultura pansexual, la vocación al amor (sexualidad y felicidad), aprender a amar, etc.

-Aprendamos a Amar.

-Escuelas de Padres.

-Fundación Gift and Task.