Para escribir este artículo me ha ayudado mucho, entre otros, un artículo de Alfa y Omega del año 1997 ¡del siglo pasado! Y, sin embargo, ¡lo que sale en ese artículo es tan actual! Juventud y música están estrechamente relacionados, lo estaban antes y lo están ahora.

A lo largo de la historia de la humanidad, la música ha movilizado a las masas. Ha sido siempre un arte que ha ayudado a expresar los sentimientos: dolor, tristeza, alegría, miedo, amor… La mayor parte de la música que escuchan hoy día nuestros jóvenes yo no la consideraría un arte, sino un producto más de esta sociedad enferma de consumismo. Cuando escucho música con mis hijos suelo tratar de explicarles la diferencia entre una buena canción y una canción comercial, es decir, aquella creada sólo para consumirse rápido, en gran cantidad y que pasa pronto de moda para dejar paso a otra canción comercial.

Hace unas décadas muchos jóvenes encontraban en la música un medio para expresarse, para tratar de hacerse oír, para compartir ideas o incluso un motivo para rebelarse contra una sociedad con la que no estaban conformes; hoy en día la música que escuchan es más “utilitaria”, es decir, la usan simplemente como un modo de descanso, algo que les ayuda a concentrarse o incluso sólo entretenerse, no dando valor al mensaje y a la calidad artística sino a la capacidad de “ser útil”, de ser consumida.

Me impresiona que ya apenas se crea música nueva. Casi no hay artistas que compongan melodías nuevas y mucho menos con mensajes profundos y bellos. Continuamente salen versiones nuevas de canciones que ya existían o simplemente recopilatorios ¿Qué está pasando? No es sólo la presión de las productoras por producir y consumir. El poder conseguir “todo” en un sólo “click”, la inmediatez, el exceso de información basura, la falta de paciencia, la ausencia de silencio, … ha matado la imaginación, la capacidad creadora y la falta de interés por lo profundo y lo bello.

RADIOGRAFIA SOCIAL

La música influye en las personas, pudiendo llegar a educar y forjar el carácter, sobre todo en los jóvenes. Generaciones enteras se identifican a veces con una canción.

Si la música es el alma de los pueblos, lo es especialmente de los jóvenes. Conocer qué tipo de música escuchan puede ser una especie de radiografía espiritual.

Pocas expresiones del alma humana pueden equipararse a la música en su capacidad para transmitir alegrías, esperanzas, penas y angustias del propio corazón. La música es expresión del hombre y, al mismo tiempo, su autorretrato. Dime con qué música andas–podría adaptarse así el refrán– y te diré quién eres. El tipo de música que cada generación produce la retrata. Así que ¡padres del siglo XXI! ¿cuál sería vuestro veredicto sobre la generación de vuestros hijos?

AMENAZAS REALES

Hay que ser muy conscientes de que la música marca a los jóvenes, para bien o para mal.

Se sabe desde hace tiempo que la música sobre estimulante oída en exceso es muy perjudicial. Escucharla sin parar durante las largas horas, e incluso noches, deteriora la capacidad cognitiva.

Y si, además, analizamos el mensaje que transmiten determinados géneros de música es para echarse a temblar, porque nuestros adolescentes y jóvenes son “esponjas” de todo lo que ven y escuchan. El reggaetón, que proviene del continente americano, sobre todo de la cultura latina, preocupa especialmente, ya que mucha de esta música que escuchan, bailan y cantan nuestros hijos, cosifica a las mujeres, representándolas como meros objetos sexuales, y, además, normaliza las relaciones tóxicas, ya que promueven los celos, el control, la manipulación emocional y las relaciones basadas en el poder y la posesión. Todo ello destrozando la visión del amor, el sexo, la autoestima y el respeto hacia los demás, siendo las principales víctimas las mujeres ¿Dónde están las “feministas” llamando la atención sobre el contenido de estos géneros musicales?

El maligno es astuto y parece hacerse cada vez más presente y tener acceso a un número cada vez más grande de personas a través de un cierto tipo de música. 

Toda música deja huella, a veces muy profunda. Esta huella puede servir para pisar, aplastar y destruir o para indicar un camino hacia la belleza, hacia la paz, hacia la pasión en el mejor de los sentidos, hacia el bien y también hacia Dios.

SILENCIO Y BUENA MÚSICA

Con el verano llegan las vacaciones y, con ellas, el tiempo de ocio, pudiendo los jóvenes caer en la mala costumbre de estar casi todo el día escuchando música.

Hay plataformas, como Spotify, que tienen recursos prácticamente inagotables y están permanentemente ofreciendo nuevos contenidos musicales impidiendo que la gente, especialmente la gente joven, disponga de tiempo, cayendo, una vez más, en la trampa del consumismo. De esta manera ya no sólo no les queda tiempo para pararse a pensar (¡qué disparate, un joven pensando!), sino, simplemente, para sentarse a escuchar con calma una canción, para disfrutar de la música, para juzgarla con criterio.

¡Fomentemos en nuestros hijos el silencio y la buena música que les recuerde la belleza de la vida!

Referencias:

  • Verano, jóvenes y música, semanario Nº 78/5-VII-1997
  • Música: de expresividad, a adicción; Alfa y omega, nº 78, 5-VII-1997
  • La música verdadera; Alfa y omega, nº 78, 5-VII-1997
  • Nuestros jóvenes y la música, Aitor Miranda, Religión en libertad, 5-1-2011
  • La huella de la música, Roberto Visier, Religión en Libertad, 10.07.2013
  • Nueva Era y música, Roberto Visier, Religión en Libertad, 22.06.2013