
A fondo: ¿Qué significa amar a fondo? ¿Cómo aprender a amar de verdad?
Os proponemos la lectura de una contestación que da Benedicto XVI a la pregunta de una joven sobre ¿Qué significa amar a fondo? ¿Cómo aprender a amar de verdad?
Os proponemos la lectura de una contestación que da Benedicto XVI a la pregunta de una joven sobre ¿Qué significa amar a fondo? ¿Cómo aprender a amar de verdad?, donde enseña como llegar a ser grandes haciendo de nuestra vida un don para los demás, donde es necesario desear algo más de lo que “presenta la sociedad y la mentalidad del tiempo”. También transmite que la vocación cristiana un punto importante es el amor a los demás:
Pregunta de una muchacha: Santidad, nuestros educadores de la Acción católica nos dicen que para ser grandes es necesario aprender a amar, pero a menudo nos perdemos y sufrimos en nuestras relaciones, en nuestras amistades, en nuestros primeros amores. ¿Qué significa amar a fondo? ¿Cómo aprender a amar de verdad?
Una gran pregunta. Es muy importante, yo diría fundamental, aprender a amar, a amar de verdad, aprender el arte del verdadero amor. En la adolescencia nos situamos ante un espejo y nos damos cuenta de que estamos cambiando. Pero mientras uno sigue mirándose a sí mismo, no crece nunca. Llegáis a ser grandes cuando el espejo ya no es la única verdad de vuestra persona, sino cuando dejáis que la digan vuestros amigos. Llegáis a ser grandes si sois capaces de hacer de vuestra vida un don para los demás, de no buscaros a vosotros mismos, sino de entregaros a los demás: esta es la escuela del amor. Pero este amor debe llevar dentro ese «algo más» que hoy gritáis a todos. «Hay algo más». Como os he dicho, también yo en mi juventud quería algo más de lo que me presentaba la sociedad y la mentalidad del tiempo. Quería respirar aire puro; sobre todo deseaba un mundo bello y bueno, como lo había querido para todos nuestro Dios, el Padre de Jesús. Y he entendido cada vez más que el mundo es hermoso y bueno si se conoce esta voluntad de Dios y si el mundo está en correspondencia con esta voluntad de Dios, que es la verdadera luz, la belleza, el amor que da sentido al mundo.
Realmente, es verdad: no podéis y no debéis adaptaros a un amor reducido a mercancía que se intercambia, que se consume sin respeto por uno mismo y por los demás, incapaz de castidad y de pureza. Esto no es libertad. Mucho del «amor» que proponen los medios de comunicación, o internet, no es amor, es egoísmo, cerrazón; os da la impresión ilusoria de un momento, pero no os hace felices, no os hace crecer, sino que os ata como una cadena que sofoca los pensamientos y los sentimientos más hermosos, los impulsos verdaderos del corazón, la fuerza indestructible que es el amor y que encuentra en Jesús su máxima expresión y en el Espíritu Santo la fuerza y el fuego que incendia vuestra vida, vuestros pensamientos y vuestros afectos. Ciertamente, también cuesta sacrificio vivir de modo verdadero el amor —sin renuncias no se llega a este camino—, pero estoy seguro de que vosotros no tenéis miedo del empeño de un amor comprometedor y auténtico. Es el único que, a fin de cuentas, da la verdadera felicidad. Hay una forma de comprobar si vuestro amor está creciendo bien: si no excluís de vuestra vida a los demás, sobre todo a vuestros amigos que sufren y están solos, a las personas con dificultades, y si abrís vuestro corazón al gran amigo que es Jesús.
En vuestras escuelas católicas, hay cada vez más iniciativas, además de las materias concretas que estudiáis y de las diferentes habilidades que aprendéis. Todo el trabajo que realizáis se sitúa en un contexto de crecimiento en la amistad con Dios y todo ello debe surgir de esta amistad. Aprendéis a ser no sólo buenos estudiantes, sino buenos ciudadanos, buenas personas. A medida que avanzáis en los diferentes cursos escolares, debéis ir tomando decisiones sobre las materias que vais a estudiar, comenzando a especializaros de cara a lo que más tarde vais a hacer en la vida. Esto es justo y conveniente. Pero recordad siempre que cuando estudiáis una materia, es parte de un horizonte mayor. No os contentéis con ser mediocres. El mundo necesita buenos científicos, pero una perspectiva científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa y ética de la vida, de la misma manera que la religión se convierte en limitada si rechaza la legítima contribución de la ciencia en nuestra comprensión del mundo. Necesitamos buenos historiadores, filósofos y economistas, pero si su aportación a la vida humana, dentro de su ámbito particular, se enfoca de manera demasiado reducida, pueden llevarnos por mal camino.
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