Hoy en día estamos bombardeados de mensajes procedentes de redes sociales, libros que hablan de “educar en positivo” “educar con conexión”, “crianza respetuosa” “maternidad consciente” etc. Son palabras que nos suenan muy bien, pero pueden resultar abrumadoras y confusas si no poseemos un criterio claro acerca de lo que significan y más si estamos viviendo una situación difícil y conflictiva en nuestra familia. Con nuestra mejor intención de querer ofrecer a nuestros hijos una infancia lo más feliz y positiva posible y, después de escuchar o leer comentarios de este tipo, podemos caer sin saber en actitudes y conductas permisivas que tampoco ayudan a los niños y que corroboran la idea de que lo único válido es la educación más firme o punitiva.
Provenimos de un modelo o estilo educativo más bien autoritario, en el que primaba sobre todo la obediencia ciega y el protagonismo lo tenía el adulto, no se prestaba mucha atención al niño y sus necesidades y se desconocía como atender al mundo emocional de los hijos. Esto ha provocado heridas, vínculos y apegos inadecuados que hoy en día pueden dificultar en mayor o menor medida el establecimiento de relaciones sanas y plenas en nuestras familias u otros ambientes. Es por ello, que la sociedad ha experimentado un “giro” que ha puesto el foco en el niño que, si bien es positivo, ha desembocado en una sobreprotección y permisividad generalizada que tampoco está ayudando a crecer a nuestros hijos. Y la pregunta es: ¿cómo hallar ese equilibrio entre ese exceso de autoridad y esa atención desmedida a los hijos o amor mal entendido? La respuesta a esta cuestión se puede encontrar en la Disciplina Positiva.
¿Qué es la Disciplina Positiva? Lo primero que desearía resaltar es la palabra por la que comienza: “disciplina”, y es que los niños necesitan los límites para crecer y adquirir hábitos y virtudes. Ahora bien, las normas se pueden imponer utilizando sistemas de control externo, como premios o castigos, lo que provocaría en los niños un “locus de control externo” (me porto bien solo en presencia del adulto, si recibo algo a cambio, por temor a un castigo) o se pueden transmitir de una manera amable y respetuosa con las necesidades del niño, adulto, y situación, de modo que los hijos las irían interiorizando y haciendo suyas porque son buenas en sí mismas, y porque proceden de un adulto del que perciben que les ama y les trata con respeto y dignidad. En este punto conviene recordar el origen de la palabra “autoridad” que proviene del latín “augere” que significa aumentar, hacer crecer. Esto significa que la autoridad no existe para ejercerla de una manera despótica, sino que está al servicio de hacer crecer al otro. El objetivo de la autoridad que tenemos los padres es, en último término, ayudar a nuestros hijos a crecer en libertad, a conocer el bien y decidirse por él. Y este camino se puede recorrer acompañando a nuestros hijos respetando ante todo su originalidad, sus tiempos, sus necesidades y afectos.
La Disciplina Positiva no es una moda, pues el modelo de educación que propone está basado en el trabajo de Alfred Adler, Rudolf Dreikurs y colaboradores, ambos psiquiatras de finales del siglo XIX y comienzo del siglo XX. Adler sostenía que el comportamiento se dirige a obtener pertenencia y significado y que al mismo tiempo es influenciado por las impresiones que las personas tienen de sí mismas, los otros y el mundo. Rudolf Dreikurs fue un incansable promotor del respeto mutuo en las relaciones y se centró en el estudio del mal comportamiento de los niños, llegando a conclusiones de gran relevancia. Las aportaciones de sus estudios fueron recogidas por personas como Jane Nelson, Lynn Lott, Lisa Larson y otros que se centraron en elaborar una manual con herramientas para poder poner en práctica tanto en los hogares como en la escuela los principios adlerianos. Es por ello que la Disciplina Positiva se enseña a través de talleres que les permiten adquirir recursos para mejorar la comunicación y el vínculo con los hijos, a la vez que enseña importantes habilidades para la vida. Por tanto, la Disciplina Positiva:
– Ayuda a los niños a tener un sentido de conexión. (Pertenencia y significado).
– Es respetuosa y alentadora. (Amable y firme al mismo tiempo.)
– Es efectiva a largo plazo.
– Enseña importantes habilidades sociales y de vida. (Respeto, preocupación por los demás, solución de problemas y cooperación, así como las habilidades para contribuir en su hogar, su escuela o su comunidad.)
– Invita a los niños a descubrir sus capacidades. (Alienta el uso constructivo del poder personal y la autonomía).
La Disciplina Positiva supone por tanto un cambio de mentalidad, pues la mayoría de nosotros provenimos de un modelo educativo que nos ha generado unos esquemas, prejuicios, expectativas acerca de nuestros hijos y su comportamiento, que dificultan en muchas ocasiones su educación y el establecimiento de unas relaciones sanas y plenas dentro de nuestra familia. Para poder operar este cambio se necesita, en primer lugar, la valentía de aceptar que “no todo vale en educación” y que necesitamos ayuda para “desaprender” muchas cosas, para poder empezar a construir un modo diferente de relacionarnos con nuestros hijos.
Rocío Silva de Soto, Psicopedagoga. Directora de Formación del Instituto Ciprea Integral