Cualquiera que se cruce con un grupo de adolescentes y escuche algo de lo que hablan se dará de bruces con una cruda realidad: hablan fatal. Y si extendemos esa labor de observación a las conversaciones que tienen por redes sociales, comprobaremos que han naturalizado el uso de palabras y expresiones que siempre nos han parecido graves.

Este problema no es exclusivo de los adolescentes. Cada vez se observa más el uso de palabrotas en edades más tempranas. No hay nada que choque más que aunar la inocencia de un niño con el uso de palabrotas.

Ellos mismos lo confirman. En todas las conversaciones cotidianas utilizan con normalidad palabrotas que, oídas en boca de otros, inicialmente les generaban rechazo, pero que poco a poco han ido asimilando.  La situación es triste tanto en el caso de los chicos como en el de las chicas, pero parece más llamativa en este segundo caso, puesto que – según reconocen- no es nada raro que las niñas utilicen palabras fuertes o burdas.

Probablemente, los niños y los adolescentes en general utilizan palabras groseras en la creencia de que eso da madurez o personalidad a su mensaje. En el caso de las niñas, además, la utilización de ciertas expresiones explícitas que banalizan su propia identidad o inocencia tiene que ver -por el ambiente al que están sometidas- con la errónea creencia de que eso las equipara con el comportamiento masculino.

Lo que ocurre es que la utilización de palabrotas supone una barrera que, una vez se franquea con ánimo rebelde, exige elevar el tono para mantener ese espíritu transgresor, de manera que cada vez se va olvidando o asumiendo el carácter desagradable de cada expresión, y haciéndose necesario pasar a otro nivel.  Por eso es importante llamar la atención desde el principio en el uso de estas expresiones, cuando resultan desagradables incluso a aquel que las emite. Lo que es probable es que, si en casa toleramos alguna palabrota suelta, menos grave, poco a poco vayan sintiéndose cómodos con este lenguaje o percibiendo que a veces encaja mejor. 

Hay estudios que indican que cada vez que hacemos o decimos algo, se refuerzan ciertas conexiones en nuestro cerebro, volviéndonos más propensos a hacer lo mismo una segunda vez, y así sucesivamente. Cuando actuamos de cierta forma, empezamos a pensar de acuerdo con eso, y viceversa. Así, cuanto más vulgar sea nuestro discurso, más vulgar será nuestro pensamiento y, en consecuencia, más vulgar será nuestra actitud en general.

Todo esto no quiere decir que haya una relación directa entre las malas palabras y las actitudes malas. De hecho, hay expresiones o palabrotas que pueden servir de justificado y puntual desahogo. Pero sí quiere decir que la aceptación y reproducción de un tipo de pensamiento y lenguaje puede incentivar, o ser el síntoma, de una disposición hacia un tipo de actuación coherente con el vocabulario manifestado.

Ya lo dicen las Sagradas Escrituras: El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca. (Lc. 6, 45)

Os proponemos, por todo ello, una reflexión sobre el hábito de un buen lenguaje como parte del cuidado y educación integral de nuestros hijos. Ellos son, para los demás, lo que demuestran con sus palabras y acciones.

Como para casi todo, creemos que la mejor solución la tenemos en casa. Nuestra palabra sirve, pero el ejemplo arrastra. La mayoría de nosotros no recordaremos cuando escuchamos a nuestro padre decir una palabrota, y mucho menos a nuestra madre. Probablemente ese fuera el motivo por el que nosotros tampoco dijimos nunca ninguna en su presencia. Todos comprendíamos que hablar mal, decir tacos o palabrotas, no tenía lugar en casa. Del mismo modo, aunque estando fuera de casa se nos fuera la lengua, teníamos claro que había algunas expresiones que sonaban especialmente mal y que nos producían rechazo.

Que nuestros hijos sepan rechazar aquello que no es bueno, y que transmitan verbalmente aquello que sea coherente con lo que deben vivir interiormente.

Las palabras del escritor venezolano Arturo Uslar Pietri que sintetizan muy bien la idea:

“La palabrota que ensucia la lengua termina por ensuciar el espíritu. Quien habla como un patán, terminará por pensar como un patán y por obrar como un patán. Hay una estrecha e indisoluble relación entre la palabra, el pensamiento y la acción. No se puede pensar limpiamente, ni ejecutar con honradez, lo que se expresa en los peores términos soeces. Es la palabra lo que crea el clima del pensamiento y las condiciones de la acción”.