Desde la Red de Padres queremos agradecer a Claudia (nombre ficticio) su enorme generosidad al querer compartir con todos nosotros su testimonio de vida, esperando que pueda inspirar, ayudar, alentar a nuestros jóvenes sabiendo que pase lo que pase o por muy grave que sea lo que uno haya hecho, no hay nada que pueda con la infinita Misericordia de Dios.

Hola, soy Claudia y tengo 23 años. Nací en Madrid en una familia que me quería profundamente. Mi infancia estuvo marcada por la ausencia de mi padre debido a su trabajo. Mi madre, muy protectora, influyó mucho en mi forma de ser y en la de mi hermana.

Aunque crecí en un entorno donde la fe estaba presente, no era un aspecto central en mi vida. Mi relación con Dios era más una tradición familiar.

Mi infancia, la recuerdo muy feliz y tranquila. Pero fue durante la ESO, donde mi vida empezó a desestabilizarse y empecé a vivir una doble vida.

 En casa, era la hija perfecta, pero fuera, buscaba aprobación a través de relaciones con chicos, lo que me llevó a tener problemas de autoestima.

 A los 13 años, se me empezó a generar un problema muy grande con el cuerpo, me veía gorda y me comparaba con la gente de alrededor. Ese problema, lo tapaba con chicos. Si total, si a ellos les gustaba, no me importaba nada más.

Me mostraba de una manera totalmente distinta con ellos, pero luego llegaba a casa y me hundía, pues mi problema seguía estando ahí. En esta época, Dios ni existía para mí. Además, yo no me quería nada a mi misma, y estaba vendida a lo que los demás pensasen de mi para valorarme

Un año después, sufrí una experiencia traumática cuando unas fotos íntimas que envié a un chico fueron compartidas sin mi consentimiento, generándome miedo, vergüenza y una profunda sensación de traición. Mirándolo con perspectiva, soy capaz de reconocer que Dios me protegió en todo momento, pues esas fotos no llegaron a ninguna parte. 

En bachillerato, mi vida parecía más estable, aunque seguía buscando amor y aceptación en lugares equivocados, pues tenía grandes complejos con mi cuerpo. Y aunque los escondía con la relación que empecé con un chico, lo único que estaba haciendo era mentirme a mí misma.

 En la universidad conocí a mi mejor amiga, y a través de ella, Effetá. Un retiro espiritual que cambió mi vida. Durante ese retiro, sentí por primera vez el amor incondicional de Dios de una manera profunda y transformadora. Ahí conocí a la que a día de hoy es mi comunidad. Y me sirvió para darme cuenta de la importancia que es vivir la fe en comunidad. Donde puedes apoyarte y recurrir siempre y para todo. 

La pandemia fue un tiempo difícil pero también de crecimiento espiritual. Estando en casa, pude dedicar más tiempo a la oración y a estar con mi familia.

 Sin embargo, mi Erasmus volvió a ser un punto de inflexión en mi vida. Me alejé de Dios, cometí errores graves con mi novio y perdí el apoyo y la comprensión de mi madre, lo que me sumió en una profunda crisis. Durante ese tiempo, sentí que había perdido el rumbo, pero el amor de Dios siempre estuvo ahí, esperando a que yo regresara. Aun habiendo estado en la más profunda miseria  Él siempre me había estado esperando. Ahora me doy cuenta, de que cuando apartas a Dios de tu vida, e intentas remar en otra dirección, tu vida se desmorona. 

Al regresar a España, me di cuenta de cuánto necesitaba a Dios en mi vida. Volví a mi comunidad, me confesé y me reconcilié con Dios. Gracias a la dirección espiritual pude empezar a sanar mis heridas emocionales y espirituales.

 Mi relación con mi madre fue muy difícil, pero con el tiempo y la gracia de Dios, empezamos a sanar. Fue un proceso largo y doloroso, pero cada día sentía la mano de Dios guiándome y fortaleciéndome. 

Mi vida ahora es muy diferente. He aprendido a perdonarme y a encontrar fortaleza en Dios. Mi relación con mi familia ha mejorado, y gracias a la comunidad de Effetá, he encontrado una segunda familia en la fe. La presencia de Dios en mi vida es ahora una fuente constante de consuelo y guía. Sé que todavía tengo desafíos por delante, pero estoy comprometida a seguir a Dios y no soltarme de su mano.

Dios me ha mostrado su amor y misericordia en los momentos más oscuros y difíciles de mi vida. La fe se ha convertido en el pilar fundamental que sostiene mi vida. Cada día agradezco a Dios por su infinita bondad. Sé que, con su ayuda, puedo superar cualquier obstáculo y seguir creciendo como persona y como hija suya.